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JUEVES SANTO 2017
Entrega de insignias

Como cada Jueves Santo, el cuartel de la Sexta de los Judíos Colinegros se convierte en convivencia, emoción, homenajes y amor fraterno. Este año, el acto se centró en una siempre emotiva Entrega de Insignias. En este caso el reconocimiento correspondió a los hermanos D. Fernando Baena Blanca y D. David García Arjona, que fueron galardonados con la Insignia de Plata por sus 25 años como judíos de la Sexta Cuadrilla de Judíos Colinegros; y a D. Miguel Vargas Misut y Rafael Guijarro Nucete, nuestro Secretario, quienes recibieron la Insignia de Oro con motivo de sus 50 años como judíos de la Sexta Cuadrilla, que emocionados recogieron sus meritorias insignias. Os dejamos a continuación las fotografías de la entrega de las insignias y el texto que Pasión Guijarro Herrador dedicó a su padre con motivo de dicha celebración. El acto finalizó con un redoble, unos vivas a Nuestro Padre Jesús Nazareno y a Nuestra Señora del Rosario, y una comida de convivencia como es costumbre cada Jueves Santo.

 

 

HABLEMOS DE TÍ, PAPÁ.

Hablemos de aquel marzo que se desgranaba en una tarde de azahar, cuero y primeras heridas que ya escocían en unas manos que aún no habían abandonado el olor a leche.

Hablemos de primeros recuerdos. “Sujeta aquí”. Había que meter el cordel entre los aros de un tambor que rezaba el nombre de mi padre. “Fuerte, que no vaya a escaparse”. El cordel hería los aros de haya que yo sujetaba con fuerza de caricia y que eran balanza heráldica que supondrían la gloria o el desarme de cualquier judío “bien puesto”, “fino” o, como diría mi madre, “hecho y derecho”. El recuerdo del dolor palpitante en los dedos, unos guantes ya tomados en color y un descuido que me hacían rea merecedora de toda culpa y castigo se diluyen entre historias en boca de mi madre y la voz de mi padre, que se alzó en el desliz del aro para sermonear con “mohín de enfadao”, o eso decía yo, que tan culpable como dolida, buscaba las faldas de mi madre para suplicar clemencia con un “papá sanfadao´…, me ha reñío” que para una niña de cuatro años incondicional, irrevocable y fervientemente enamorada de las películas Disney, la voz en alza de su ya de por vida decepcionado y deshonrado padre se le antojaba feroz en una memorable escena del Rey León que se condensa en un “¡SIMBA! Simba me has decepcionado”, mientras el pequeño pisa la enorme huella de Mufasa y con más aflicción que cuerpo se rinde en un: “lo sé”. Esa fue la primera vez que pensé que nunca podría ser judía.

Hablemos de pérdidas. Hablemos de una tarde de Jueves Santo, años no mucho más tarde, cuando la Sexta coloreaba de azabache la Calle Llana y yo, con ayuda del agudo sentido de la orientación y la atención infinita que siempre me han caracterizado, perdí de vista mi lugar en la turba: siempre detrás de mi padre. Hablemos de las iniciales inmaculadas bordadas en la chaqueta de Rafael Guijarro, inconfundibles JHS que fueron y son norte, tutela y guía, enmienda de pasos y eterno hogar en la turba. A la altura de Pablito Lucena, M. Carmen Sánchez me preguntó y yo respondí que buscaba a “Gafael Guijago, el Secretario”, apostilla que yo añadía para no dar lugar a dudas, por seguridad y renombre. Y mientras me temblaban las piernas, pensé, por segunda vez, que nunca podría ser judía.

Hablemos de enseñanza. Hablemos de la tierna doctrina en la Semana de Pasión y en la atenta mirada y oído de una niña de apenas una década que aprendía y tomaba las baquetas en puño con ambas manos tras la chaqueta en respeto al toque de los blancos el Jueves Santo al volver del cuartel. Hablemos de respeto, de la deferente reverencia al cuadrillero, de la custodia de un tambor y unas baquetas que piden una tregua, que claman descanso, silencio,  y de las recogidas, las procesiones, las banderas, el judío errante, el lugar en la turba, el lugar en el cuartel, el lugar de tus mayores, tu lugar…

Hablemos de amor. Hablemos de las primeras recogidas, del olor a azahar y canela, que se mezcla con el de café y anís, tabaco y menta, del toque presto, áspero y taciturno de un tambor inconformista y rebelde que rompe el silencio caprichoso, exigente e insatisfecho un Viernes Santo de madrugá. “No suena bien, esto es hojalata”, me quejo entonces a mi padre tras un toque fugaz en el pellejo tenso. “Hay que tocar fuerte, mañana por la mañana estará canela”.

Hablemos de dolor. Mañana que despierta adormecida, somnolienta, sorda, amenazada con el sonido presidido por el presidio, por dos banderas imperantes de poder y dolor, por esa cinta negra que derrama luto. Y se alza al cielo el negro y rojo en una reverencia al recuerdo, en la añoranza de un abrazo, de peculiares andares, de una caja y bastón tiznados con el nombre de su padre, mi abuelo, Manuel Guijarro, que saluda desde el Cielo, que abraza y guía los pasos que ahora son guía, que redobla en compañía de Pepe: hijo, hermano, padre y esposo; y Sebastiana: madre, esposa, abuela y cuadrillera, ejemplares compañeros que están, que viven en mente y corazón, que se hacen intensos de huella imborrable, que nunca te han abandonado, Rafalín . Y es entonces cuando se rinde a la bóveda celeste la mirada vidriosa de mi padre, que también redobla sin baquetas en la antítesis de dolor y alegría, gozo y melancolía. Y amanece.

Y al encontrarme de frente con el Nazareno, con mi tambor que ya suena “canela” miro a mi padre y sonrío. Que ya sigo tus pasos, que ya abrazo las iniciales de tu chaqueta, ahora veladas por los años y la pericia; que ya tomo mis baquetas, que redoblo, que te acompaño en un eterno toque con mi caja que siempre clama tu nombre. ¡Que ya vienen las banderas, coge los arreos, colócame el tambor, que te sigo! Que ya andamos, que reverenciamos al dolor procesional de unos pasos cansados, al pasado, presente y futuro. Coge tu tambor, que ya vienen las banderas, que ya conmemoramos cincuenta años que se doran de vivencias, idas y venidas por las cuestas enceradas de Baena, de cuartel, de hermanos pequeños y mayores, de mayores, de los que ya se fueron, de los que siguen estando, de los que aún están por venir.

Superlativas felicidades y gracias papá, a ti,  por hacer que nunca olvide de dónde vengo, por ser guía y eterno hogar, también en la turba, por enseñarme que puedo ser judía, por seguir y por celebrar la vida. Brindemos sin dejar nunca de mirar hacia adelante y levantar la mirada al Cielo. Coge tu tambor, ¡que ya suenan tambores, que vienen las banderas! Te quiero.

Pasión Guijarro Herrador

 

La Sexta en el cielo

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