Por segunda vez consecutiva, algo que nunca había ocurrido, debemos congratularnos de que nuestro querido compañero y miembro de la junta directiva de la Asociación Cultural Sexta Cuadrilla de Judíos Colinegros, secretario de la misma y de la 6ª Cuadrilla de Judíos de la cola negra, Rafael Guijarro Nucete haya sido el ganador del concurso de pintura convocado por la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Baena, siendo de este modo el cartel anunciador de nuestra Semana Mayor con su obra, titulada «Pequeños Pasos«. Un trabajo minucioso y detallista, como ya demostrase Rafael en su obra «Testigo de un legado«, ganadora del mismo concurso en 2014. En esta ocasión, con una pincelada más suelta y rápida pero con igual tratamiento por el detalle, Rafael nos introduce en nuestra Semana Santa a través de la mañana del Domingo de Ramos. Con gran maestría, intelectualidad, pero sobre todo corazón, Rafael logra captar el paso del tiempo en detalles que nos introducen en el paso por nuestras propias vidas cualquier Domingo de Ramos, poniendo así de relevancia quizás el día más especial para los pequeños de nuestra particular Semana Santa y revalorizando este día, por primera vez como cartel anunciador de la Semana Santa Baenense.
Un año más, como cada Jueves Santo, tras homenajear a la memoria de nuestros judíos y asistir a las Confesiones, el reconocimiento más cercano a nuestros hermanos en este día del Amor Fraterno, se inició en nuestro cuartel con unas palabras de Dña. Pasión Guijarro Herrador, judía colinegra de la Sexta. Decía así:
PASOS QUE DEJARON HUELLA
Despierta el día vacío de la noche que no ha dormido, en las calles que deambularon tras unos pasos, en los pasos que recorrieron su camino y vistieron las calles de un blanco que olía a presidio y que ahora, rendidos, descansan para entregar el camino a esos pasos que nacen azabaches, oscuros, con olor a una alborada impregnada en jazmín. Despierta el día en la antítesis del silencio ensordecedor en las calles de Baena, del sosiego en unos corazones que laten con rapidez enternecidos por ese sonido que duerme en los chillones de un tambor, por esas baquetas que descansan tanto como hieren en unas manos rendidas y entregadas por una misma pasión.
“No suena bien, esto es hojalata”, me quejo entonces a mi padre tras un toque presto en el pellejo tenso. “Hay que tocar fuerte, mañana por la mañana estará canela”. Mi tambor rompe en silencio de la noche caprichoso, insatisfecho, rebelde, exigente y es este sonido el que hace despertar la luz de la madrugada adormecida, sonido presidido por dos banderas imperantes de poder y dolor por esa cinta negra cubierta de luto. Primera punzada. Es entonces cuando la turba se conforma tras el bastón de un cuadrillero y avanza esa marea negra azabache de sonido hacia ese nuestro San Francisco. Y miro al cielo, apagado, opaco, dormido, que contrasta con el pelo cano de un judío. También alza su mirada al manto celeste y sus ojos centellean al ritmo de un “que tan, que tan plan” que comienza a doler en el pensamiento, pensamiento que alejándose de unos pasos se recrea en el recuerdo. Recuerdo de toques que se apagaron, recuerdos de antaños andares por la Calle Llana que ya ascendieron al Cielo.
De nuevo, otra punzada, esta vez cubierta de un amargo sabor a añoranza. Añoranza por redobles únicos que se extinguieron, por palabras de aliento y quejas de sufrimiento. Miro a la turba. Y faltan. Y duele. Y como si de un encuentro se tratase, veo cómo hijos, que golpean su tambor y aminoran su marcha, levantan la cabeza al cielo y tras una pausa, dibujan una sonrisa que se convierte en abrazo. Entonces veo cómo esos hijos lucen con orgullo esos anillos antaños de años, cómo los nietos hacen ondear esos plumeros antiguos con olor a recuerdo. Y miro al cielo, la punzada regresa un poco más fuerte. Y veo cómo el Cielo sonríe, cómo los tambores acogen su regocijo, cómo las primeras luces del amanecer reflejan las miradas de los que ya no están pero que nunca faltan. Entonces miro a mi padre, que también mira al Cielo.
Amanece y el sonido de mi tambor comienza a amoldarse a mis oídos. Surgen del recuerdo las palabras que alguien dijo: “Vamos a por Jesús a San Francisco”, palabras que un día se hicieron insignificantes para mis oídos pero que grabaron mi memoria. Palabras de un judío a las puertas de mi cuartel, palabras de un Teniente Cuadrillero, palabras de Felipe Arjona, el padre, cuyo hijo, está ahora, mirando al Cielo, con esa mirada de Judas arrepentido ante los apóstoles, con esa mirada hacia el recuerdo de unos pasos que fueron guía, ejemplo y mando y, al encontrarme de frente con ese Nazareno, con mi tambor que ya suena “canela”, sonrío. Sonrío porque están, porque me equivocaba. Porque sé que se van, pero nunca del todo, porque sé que en nuestra Semana Mayor también redoblan a Nuestro Nazareno, también miran de frente sus ojos vidriosos de dolor y sufrimiento, también nos guían con sus andares distintivos, también toman esa copita de vino dulce el Jueves Santo tras las Confesiones, también ondean sus banderas para recibir esas miradas de los que desde la Calle Mesones seguimos la huella imborrable que han dejado sus pasos. Y es entonces cuando entendí esas palabras, cuando mis ojos, envueltos en un brillo cristalino, se rindieron ante ellas. Es entonces, cuando comprendí que, cada Viernes Santo de madrugá el camino tras la búsqueda de Jesús sería una antítesis de dolor y alegría, de recuerdos, melancolía y gozo, de vida y muerte. Sería entonces cuando tras los pasos del Nazareno estuvieran los de mis mayores y solo tras ellos los míos, sería entonces cuando comprendí que en ese momento, cada año, abrazaría con el recuerdo a los que ya no están, cuando comenzaría el redoble como acompañante, acompañante y aprendiz de la verdadera figura del judío de Baena, de los verdaderos fundadores de las cofradías, de los verdaderos cofrades que marcarían la historia de nuestra Semana Santa.
Y ahora, desde mi ventana y en Cuaresma, miro al cielo despejado al atardecer y si cierro los ojos puedo oír el sonar de un tambor que suena “canela” que surca el Cielo para llegar hasta los oídos de mi abuelo, Manuel.
Por todos aquellos que estuvieron y siempre estarán, que crearon recuerdos y formarán parte de ellos, por todos aquellos que miran de frente al Nazareno y nos enseñan cómo hacerlo.
¡Un redoble por y para cada uno de ellos, que dejaron huella en nuestra memoria y en nuestro corazón!
Este año, el honor de recibir la Insignia de Plata, en reconocimiento a sus 25 años como judíos de la Sexta, ha correspondido a los hermanos D. Juan Párraga Porcuna, D. Rafael Torrecilla Ramirez, D. Mateo Castilla Gallardo, D. Antonio Manuel Álvarez Onieva, D. José Luis Párraga González, D. José Manuel Baena Bareas, D. Manuel Baena Amores y D. José Manuel Guijarro Salamanca, que emocionados recogieron sus meritorias insignias.
Seguidamente, la emoción embargó a todos los asistentes con la entrega de la Distinción de Honor de la Sexta Cuadrilla de Judíos de la Cola Negra a D. Francisco Jiménez Torres en reconocimiento a su constancia y ejemplar comportamiento durante tantos años como judío de la misma. Certificado aprobado en la Junta General Ordinaria, celebrada el día 7 de Marzo de 2015, tras ser aceptada su solicitud de jubilación en la Cuadrilla. Nuestro ansiado Jueves Santo, finalizó con un redoble que como todos estos momentos, quedará en nuestros corazones.